Postal de Navidad

Llamadas que vienen de lejos, pero que habitan en el corazón durante todo el año. Encuentros deseados, esperados, disfrutados. Siempre alrededor de una mesa de comida, con regalos y tradiciones culturales. No importa el lugar, siempre que tengamos la suerte de vivir en paz. Besos, abrazos, más besos, abrazos fuertes de esos que dicen: «No te veo desde el año pasado y te echo de menos». Un «te quiero» impulsivo, pero sincero. Bromas, sonrisas, tonterías entrañables, de familia, de amigos que son familia.

Sin embargo, no siempre es igual. Desde hace un par de años, quizá algunos más, la Navidad se ha convertido en días de reflexión para mí. Días de sentir más allá de las luces decorativas, los belenes, los árboles engalanados con bolas multicolores y luces por todas partes. Más allá de ese consumismo masivo que nos arrastra, los mensajes de texto y los WhatsApp virales. Me gusta pensar que hay algún motivo más detrás de todo esto. Algún motivo que explique por qué nos comportamos así en estas fechas.

Quizá porque he interiorizado que todo cambia. He asumido que nada permanece, que lo que hoy es, mañana ya no será, y lo que ayer fue, hoy ya no es. ¿Me entendéis, verdad? Esas sillas vacías. Esas ausencias que se sienten y que llevamos en silencio, imposibles de ocultar tras una mirada triste. Sin embargo, el agradecimiento y el amor por quienes ocuparon esos lugares nos llenan de nostalgia. Nostalgia de aquellos días, de aquellos momentos compartidos, de aquellos instantes vividos.

Ojalá. Ojalá la vida no fuera así. Ojalá existiera una última llamada, una última cena, un último momento para decir todo lo bueno que nos quedó por decir. Pero sabemos que no será así. Y ese pensamiento nos recorre el cuerpo como un escalofrío, una rabia amarga, porque sabemos que la vida, a veces, es tirana. Ojalá ese as bajo la manga, esa última partida de póker como regalo, aunque fuera haciendo trampa. Pero no. Sabemos, con la madurez que dan los años, que no será así. Por mucho que nos cueste admitirlo, hay momentos que no volverán, y a veces la vida ya no será como fue.

El invierno ha llegado hace apenas unos días. Hace frío fuera, un frío intenso que contrasta con el calor del hogar, que se siente, se agradece, se abraza. Hoy, el mar ruge con fuerza y el viento vibra al compás de las olas. Todo pasa veloz y, al mismo tiempo, parece ir más lento. Como si el tiempo tuviera miedo de avanzar, como si quisiera caminar de puntillas para no interrumpir este momento.

De repente, una sopa caliente reconforta. También un té negro especiado con miel de bosque o un chocolate con aroma intenso. Y, por supuesto, se agradece un abrazo más, de esos que son de verdad. Estos días de reflexión traen calma. Una calma que encontramos en la intimidad de lo cercano, de lo ya conocido, de lo esperado, de lo que aún es.

Sí, es Navidad. Y ojalá esta sea una Feliz Navidad. Una Feliz Navidad para todos.

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