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Una cierta oscuridad

Estos últimos días he visitado la exposición “Una cierta oscuridad” en el CaixaFòrum de Barcelona. La exposición, comisariada por Alexandra Laudo, se enmarca dentro del programa Comisart, y plantea la relación entre el valor del culto de las imágenes y el valor de la exhibición.

En  la exposición podremos disfrutar de algunas piezas de arte de Joan Brossa, José Maldonado, Perejaume, Christo, Tim Rollins y el K.O.S, Juan Francisco Isidro, Pedro Mora, Hiroshi Sugimoto, Pedro Torres, Àngels Ribé, João Maria Gusmão + Pedro Paiva, Pedro G. Romero, Ira Lombardía, Pol González Novell, Martin Parr, entre otros y estará en exposición hasta el 5 de enero, en el CaixaFòrum de Barcelona.

Esta exposición toma como punto de partida simbólica el robo de la Gioconda que se produjo en el Louvre durante 1911, para tratar temas que tienen que ver con la generación de las estrategias de opacidad y de resistencia al régimen visual, pero también trata sobre la manera en que actualmente observamos las imágenes.

Si bien es cierto que el arte contemporáneo se convierte en un terreno de reflexión y al alza del pensamiento, para mí esta experiencia visual nos hace reflexionar sobre el que realmente genera la oscuridad de las ausencias y el rastro que estas ausencias provoca en la mente de la persona.

El hecho que las obras expuestas son obras que denotan alguna resistencia a ser contempladas con facilidad, son obras de arte que esconden alguna de las partes del objeto expuesto o bien dificulta su visión por completo, que provoca en el espectador el uso de la imaginación para poder contemplarlas en su totalidad, me hace relacionarlo con el valor que toman las ausencias y las presencias en la persona.

Por ejemplo, me hace pensar en la misma situación que se da al sentir el vacío que representa la ausencia de una persona, o bien nos esforzamos para imaginarla presente, bien mediante la ilusión o el recuerdo, o bien nos abandonamos a aceptar dicha ausencia, aceptándola finalmente como ausente y por tanto inexistente por qué no está presente.

Al mismo tiempo, la exposición “Una cierta oscuridad” también presenta un punto de crítica al tratamiento de la contemplación de las obras de arte actualmente, y cómo, con la evolución de las tecnologías y asimismo del tratamiento del tiempo, han cambiado las miradas de los espectadores hacia el arte. Se desarrolla aquí una distinción entre el valor del culto de la imagen y el valor de la exhibición, puesto que si bien, antiguamente, se valoraba mucho más la presencia del arte, su existencia, hoy en cambio, se valora mucho más su exhibición y rotación para que sean accesibles  a cuantos más espectadores mejor. Esto implica, en un sentido extremo, que las imágenes no son contempladas con el ritual de admiración o impacto que supone el mero hecho de contemplar el arte, con el tiempo de observación, y, quizás, respeto y admiración que puede conllevar  cada obra de arte, por lo que provoca o puede llegar a hacernos sentir con su presencia, sino que actualmente el arte es infravalorado de forma instantánea por la ansiedad con la inquietud para difundir y hacerlo más presente y accesible al resto de la sociedad. Realmente, con el ansia para difundir, compartir, hacerlo rotativo o simplemente fotografiar su presencia con la intención de mantenerlas intactas en la memoria, lo que estamos haciendo es simplemente el contrario, tratar a la obra como ausente, porque no le denotamos el valor justo que precisa su presencia y es entonces cuando la llegamos incluso a ignorar, una vez perpetuada su existencia, volviendo de nuevo a generarse la ausencia, por el hecho de valorarla cómo si no estuviera presente ante nosotros, como si no existiera.

La muestra hace extensible la exposición a una serie de propuestas y material que se sitúan fuera del espacio expositivo, fuera de CaixaFòrum, donde tiene lugar la exposición, y lo ubica en diferentes espacios de la ciudad y también del ciberespacio, según la organización, esta diseminación más allá de los límites físicos y contextuales de la sala expositiva tiene relación con el desplazamiento de la Gioconda cuando fue robada del Louvre, así como con su existencia secreta durante el tiempo que permaneció oculta. Para mí en cambio, es la continuación de un juego de presencias y ausencias en el que se basa toda la exposición, provocándonos aquella cierta oscuridad que nos dejan todas las ausencias que querríamos fueran presencia.

 

* Articulo publicado en la Columna de Cristina Redondo: Il dolce far niente,  sección Tribuna del Diari de Sant Quirze  el 05/12/2018

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