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Envejecer

La vida es madurar y endurecer la piel para proteger la ternura del corazón. Si sentimos lo contrario, es que nuestra mente se acerca a la psicopatía y quizás debiéramos revisar nuestro córtex orbito frontal, en busca de alguna variación disfuncional en nuestra amígdala. Y es que a medida que envejecemos la vida nos cambia. Todo aquello que durante la adolescencia tratábamos de una forma determinada, con más frialdad y superficialidad quizás, durante la etapa de madurez se trata con más cordura o, si se prefiere el termino, con más cariño. Es, de alguna manera, como si tomáramos consciencia de la situación y quisiéramos reparar, así de repente, ese gran error que cometimos en el pasado.

Hay un estudio psicológico que demuestra que aquellas personas no religiosas se vuelven religiosas en sus últimos años de vida, con la esperanza de “ir al cielo” y reencontrarse con los suyos. Incluso se han dado casos de personas que pertenecían a una religión y se han acercado a otras religiones por tener el concepto de “eternidad” o de “paraíso” implícito en su práctica. Nos acercamos a esa religión determinada, porque creemos, deseamos, que la muerte del cuerpo no sea el final de todo, el final de nuestra vida, y amparamos entonces la esperanza de qué debiera de existir algo más, algún lugar bonito con el que seguir viviendo con los nuestros.

Los momentos difíciles también nos hacen cambiar: pasar por un quirófano por primera vez para una operación difícil, vivir la muerte tras una enfermedad dura de un ser querido, un accidente con final trágico, vivir en primera persona un catástrofe natural, vivir una guerra en primera persona, o lo que podríamos considerar lo mismo: sufrir un atentado terrorista ; Son todas ellas situaciones dramáticas que nos hacen madurar de golpe, y evolucionar a nivel personal hacia un carácter más sensible y sentido, golpeados por la realidad, sentimos de golpe mayor empatía hacia nuestro entorno, y sobretodo, hacia las personas que nos rodean.

También hay estudios psicológicos que demuestran que cuando un grupo de personas presencia una injusticia social, como una agresión de una persona a otra, o un accidente en mitad de la calle, por ejemplo un accidente de tráfico, la reacción del individuo es de paralizarse, como careciendo de empatía, y normalmente la reacción suele ser más lenta que en cualquier otra situación. Finalmente reaccionamos, pero reaccionamos mucho más tarde de lo que debiéramos, el miedo social nos paraliza, el sentimiento de ridículo o el miedo a no actuar de acuerdo a las normas de nuestro grupo de pertenencia, de nuestro entorno más inmediato, provoca que nuestra reacción sea más lenta que la reacción adecuada para ese momento en cuestión, sin embargo, parece curioso como individuos con problemas psicológicos de psicopatía, son los que tienen un tiempo de reacción más rápido en dichas situaciones. Curioso como las personas aparentemente sanas procesan las emociones y el sentimiento de miedo.

Definitivamente, existe ese momento en el que nos damos cuenta de que la vida no es tan chula como nos pintan en las películas y en los anuncios de la tele, y es entonces, cuando evolucionamos como individuos hacia un cambio en nuestra personalidad que nos hace más vulnerables, pero al mismo tiempo, al fin y al cabo, más humanos.

 

* Articulo publicado en la Columna de Cristina Redondo: Il dolce far niente,  sección Tribuna del Diari de Sant Quirze  el 06/10/2016

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