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Il Dolce Far Niente

Il dolce far niente o el dulce placer de no hacer nada. ¿A quién no le gustaría disfrutar de ese gustazo cada día? Sólo unos pocos elegidos pueden darse ese gusto. Mientras, en el día a día, el resto luchamos por llenar nuestras neveras, y poder pagar nuestras hipotecas. Incluso los hay que no pueden pagar sus hipotecas, y los obligan a sentirse felices con poder pagarse un alquiler, disfrazado bajo la esperanza de sentirse libres económicamente, y con la única excusa de que se tenga, como expresa la Constitución en sus Derechos Fundamentales del ciudadano: derecho a un tejado bajo el que dormir. Aunque en realidad, ese tejado no sea más que una especie de almacén, al que le damos nombre de vivienda, en el que guardamos todo aquellas cosas, que, vicisitudes de la vida, aquellos que se pueden permitir estar sin hacer nada nos han inculcado a adquirir y almacenar en esos hogares para hacernos así sentir más felices a corto plazo, y así evitemos que se nos pase por la cabeza disfrutar de Il dolce far niente como ellos, y entonces ya no los continuemos suministrando con el sudor de nuestros sueldos ridiculos que, milagrosamente financian nuestras altas hipotecas y abastecen nuestras deudas en tarjetas de crédito.

En ocasiones en silencio, en otras ocasiones a grito pelado, nos quejamos de que no podemos no hacer nada para disfrutar del Il Dolce Far Niente como unos pocos elegidos, porque el sistema es el que y nosotros no lo podemos cambiar por muchos que nos vendan que sí.

Pero… estar dulcemente sin hacer nada en algunos casos también es una especie de castigo injusto. Sobre todo me refiero a ese grupo menos agraciado, que se ven obligados a vivir la peor parte de la historia, aquellos que no pueden hacer nada, no como opción sino como obligación de vida. Y además están lejos de lo que eran sus vidas, sin otra alternativa viable. Son aquellos que se ven obligados a escapar de la opresión, y al escapar no hacen otra cosa que evitar mucho y mucho dolor, en este caso. Los que, en teoría no hacen nada, y pueden ser identificados como Il dolce far niente acaban causando un dolor en algunos casos incurable en aquellos que pretenden hacer algo ¿acaso hay algo más incurable que la propia muerte?

Hablo de las comunidades que por completo se han visto obligadas a arrastrarse a ciudades muy lejanas a las suyas de origen, acuden a sociedades que los rechazan simplemente por el hecho de querer escapar del dolor que viven en sus orígenes. No hacen otra cosa que pretender escapar de la opresión de los que, en principio, se dedican a practicar Il dolce far niente. Huyen de sociedades acabadas, pero sin embargo, también, con el tiempo han descubierto que esas sociedades de las que escapan tienen algo en común con las nuevas sociedades en las que buscan asilo: gente que no hará nada por ayudarlos, y es que aunque digan lo contrario, ese tipo de gente, Il Dolcer far niente existe en todas partes.

En unos lugares son Il dolce far niente con mucho poder, los peores son aquellos que aún y con poder continúan sin hacer nada, y en otras partes son gente sin poder, que su única forma de hacer es escapar, huir del dolor.

A veces el gusto por no hacer nada es peligroso, y nos puede afectar a nosotros como individuos o puede repercutir en nuestra sociedad de forma muy negativa. Cuanto más poder o responsabilidad social tiene aquel que no hace nada, más daño provoca en su entorno. Deberíamos analizarlo detalladamente. Il dolcer far niente es a menudo algo deseado…pero realmente ¿deseamos que así suceda?

 

* Articulo publicado en la Columna de Cristina Redondo: Il dolce far niente,  sección Tribuna del Diari de Sant Quirze  el 23/09/2016

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